jueves, 26 de junio de 2008

En otra vida fui un gran atleta. Pero no creo en la reencarnación...

Algunos individuos se encuentran limitados en sus habilidades deportivas desde el mismo momento en que salen del útero. Otros van adquiriendo nuevas capacidades para perder las viejas capacidades de conservar la forma deportiva, como por ejemplo: adoptar el control remoto como un miembro más del organismo (un miembro al que de vez en cuando hay que arreglar o renovarle las pilas), utilizar la pc las 26 horas del día o ir hasta el supermercado con el auto, sólo para recorrer dos cuadras con el fin de traer una cerveza. Y por último, tenemos el género no-deportivo de los denominados "nos dejamos estar". Este grupo homogéneo se caracteriza por justificarse con la escasez de tiempo, la escasez de dinero, la escasez de salud ("me duele la traquea") y varias escaseces más, entre las cuales se encuentra la poca lubricación de las articulaciones en movimientos que sólo podríamos realizar si fuéramos Jean-Claude Van Damme o si estuviéramos soñando, para que no produzcamos en nuestro cuerpo una triple hernia de disco y de coto. A continuación se pondrán en común algunas de las características que develan y enfatizan nuestra poca/ausente/nula destreza deportiva:
- La opción de las dos escaleras es prácticamente una broma de mal gusto a nuestra inteligencia y sentido común: con qué necesidad tendríamos que dudar en elegir entre una escalera mecánica y otra meramente estática, arcaica, medieval; con escalones sin atracción alguna y que generan poca motivación para recorrerlos. Este tipo de escaleras es incluso sinónimo de burla: ¿acaso no nos burlamos con nuestra mirada del sujeto que sufre el agotador movimiento de cuádriceps para ascender esos eternos diez metros?. Sí, nos reímos. Mientras subimos mecánicamente deglutiendo nuestra barra de chocolate relleno de chocolate y cubierto de más chocolate con relleno de dulce de leche que vino fallado porque vino con sabor a chocolate, bebiendo alguna gaseosa excéntrica y paseando nuestra flamante panza con menos pudor que con orgullo.
- Que el verbo "levantar" implique en más proporción y uso cotidiano a la referencia de mover objetos ejerciendo una fuerza determinada (como se utiliza deportivamente, por ejemplo, el "levantar pesas") no atribuye a pensar que podemos refugiarnos en los diversos significados y empleos que se le adjudican a esta palabra para excusarnos en alguna "habilidad deportiva" que acabamos de inventar. Para ser más explícitos: levantarse a la mañana no es un ejercicio deportivo. Levantar un alfajor que se nos cayó al piso definitivamente no es un ejercicio deportivo (menos si es triple y relleno con mousse; que sea más pesado tampoco es un signo de orgullo para el deporte). "Levantarse" una mina no es un ejercicio deportivo. Vivir en la ciudad de España llamada Levante no significa que somos deportistas (tampoco ir como turistas; salvo en los casos en los cuales vayamos corriendo, pero esto acarrea una duda respecto a nuestro estado de sedentarismo y el gran trecho de agua que separa a los continentes).
- Arrojar/Lanzar piedras no es una manifestación de destreza deportiva. En todo caso demuestra puntería o todo lo contrario. Cuando se da el segundo caso, podemos hablar de un disparador de actividad deportiva debido a que seguramente tendremos que correr por haber derribado, destruido o golpeado algo/alguien que se cruzó en nuestro trayecto. O quizás estaba totalmente fuera del rango pero con nuestra poca capacidad de acierto o el parkinson de la mano, ha sido alcanzado por el proyectil. Aclaramos que este tipo de actividad nada tiene que ver con el lanzamiento de jabalina o de disco.
- Correr al colectivo tampoco es un ejercicio deportivo. A no ser que se den las condiciones en las cuales debamos perseguir al transporte desde la parada donde debíamos haber subido hasta nuestro destino. De todo modo, esto es incierto, porque como buenos ciudadanos que somos iremos corriendo al colectivo frenéticamente, vomitando insultos indescifrables dirigidos hacia el chofer, oxigenando mal nuestro cuerpo hasta el punto de ir desvaneciendo catastróficamente en una suerte de alúd humano junto con todas nuestras pertenencias a unos cincuenta metros de dónde debimos haber subido al transporte.
Como modo de síntesis, se exponen una serie de acciones y eventos que no son considerados como actividad física justificada como para que hablemos frente a extraños de que "hacemos deporte":
- Jugar al pool no es un ejercicio deportivo.
- Jugar a las cartas tampoco.
- Dejar de usar el control remoto tampoco.
- Comer parado tampoco (no, caminando tampoco)
- Jugar a la generala tampoco lo es. El movimiento por el cuál se baten los dados no se considera una actividad deportiva; es prácticamente el mismo que se emplea para el onanismo; y esto no se considera un evento deportivo (Por lo menos hasta ahora, si esto llegara a realizarse, tendríamos campeones olímpicos en todas las esquinas).
- Ir a bailar a un boliche tampoco es un ejercicio deportivo. La relación desgaste de energía/ ingesta de tóxicos no se complementan ni son equilibradas; es sólo una armonía caótica)
- Organizar un partido de fútbol y no concurrir al mismo tampoco lo es.
Por este medio, intentamos promover la salud física. No dejemos oxidar a nuestros músculos. Vamos a deshacernos de todo aquello que nos incita a una vida sedentaria: atoremos las escaleras mecánicas, incendiemos los elevadores, destruyamos las motos delivery's (que de paso ayudaría a nuestros tímpanos a que por lo menos lleguen a las cuatro décadas de uso). Y mientras estamos en prisión por estos delitos menores, hagamos un replanteo de nuestras actividades fisicas. Seguramente tendremos mucho tiempo libre.

jueves, 12 de junio de 2008

El Contrato Peatonal

¿Cuáles son las pautas que podemos asimilar como peatones en la urbe, sino nos han otorgado un permiso para peatonar? ¿Es simplemente porque se confía demasiado en la perspicacia de la gente para poder transitar? ¿Se debe a una cuestión meramente burocrática? ¿Se trata de un libre albedrío respecto de las leyes del sistema vial? ¿O es sencillamente porque saben que si para caminar por la calle, además de poner los billetes y hacer trámites eternos para tener un "registro para circular", lo tendríamos que hacer de modo limitado por lo que se circunscribe a un papel y, por ende, prenderíamos fuego automáticamente la municipalidad mas cercana y probablemente atentaríamos contra las señales públicas utilizándolas como armas medievales en una batalla épica contra las autoridades y contra los puestos ambulantes de panchos? Calculando que ya no se sabe donde empezó la pregunta ni dónde terminó, imagínense una multa por circular con changuito de compras con un peso excedido de lo permitido por el registro de uno. O con un changuito que excede la velocidad establecida como límite. Otra multa por llevar el bolso de trabajo alejado unos centímetros de más del cuerpo de lo que se permite para conceder el paso a otros transeúntes sin que choquen con él y así no terminar en una riña callejera por haber derramado un café en los senos de la novia de un alumno de kung fu, o de ninjitsu, o de tiramísu. Otra multa por llevar una novia con senos muy grandes y con el escote sensible a cualquier pelotudo con los atributos de poseer un café y una mano con cierta tendencia a volcar los objetos (descartemos el hecho de que uno intente, simplemente como buen ciudadano que es, de limpiar el enchastre que hizo en los senos de la chica... con un pañuelito descartable con el cual acaba de sonarse la nariz). Dejando de lado estos arrebatos ínfimos de la escencia común del peatón, imaginemos hasta que grado de gravedad podrían llegar en algunos años, en el caso de que no se establezca un contrato peatonal:
- Vamos caminando con la velocidad determinada del peatón normal que circula cuando no sabe porque está apurado, o sea; llevándonos puesto todos los objetos estáticos (incluyendo los estáticos que se mueven de repente, como por ejemplo: un perro, un ser humano, un tacho de basura que se desprende de su columna, un tacho de basura que se desprende de las manos de un joven que nos está arrojando cosas, etc). A unos veinte metros de la esquina, alcanzamos a distinguir que el semáforo de la avenida está titilando para que el peatón deje de cruzar. Entonces procedemos a apurar nuestro paso en forma incrementada, casi como un atleta olímpico. Cuando observamos que no llegamos, comenzamos a acumular bastones de jubilados que van caminando para formar una especie de garrocha improvisada corriendo a gran velocidad mientras vemos que los ancianos van cayendo como efecto dominó a través de nuestro espejo retrovisor en el reloj de arena que llevamos en nuestra muñeca. Todo para garantizar un salto olímpico estrategicamente calculado que nos permita aterrizar en la otra vereda solamente con un esguince de tobillo y una rotura de meñiscos (sin contar la sangre que sale de alguna parte de nuestra cara debido a algun letrero que nos obstaculizó el camino).
- Otra situación podría plantearse en los casos de cruces peatonales no establecidos por el sistema vial. Por ejemplo, los cruzes horizontales, diagonales y, ¿porqué no?, verticales, a través de las calles. Supongamos que debería haber un semáforo en cada parte de la vereda en donde cruza la gente; seguramente se conformaría una muralla de semáforos que, no sólo nos impediría ver la luz solar, sino también nos convocaría a comenzar un curso avanzado acerca de las técnicas más frecuentes de ósmosis para novatos. O supongamos que debería haber una senda peatonal en cada sector del pavimento en el cual cruza el peatón; seguramente las calles serían todas blancas y los oftalmólogos y ópticos se harían millonarios por la cantidad de retinas quemadas por el rebote de la luz. Y quizás también algunos individuos tengan alguna especie de atrofia y confusion mental y salgan a la calle con skies o con cadenas en las ruedas de sus automóviles. Un punto para el turismo y para los artesanos de las cadenas.
- Simulemos que pronto las calles más transitadas mutarán en peatonales y el embotellamiento se hará de una densidad tan insostenible que las dosis de ansiolíticos incrementarán su venta un 200%. ¿Porqué decimos esto? Simplemente porque suele suceder que en las veredas de avenidas muy transitadas, suelen agruparse conglomerados de gente sin brújula en el cerebro pero que andan a gran velocidad o a muy poca. Es una maratón para ver quién llega primero vaya a saber hacia qué meta. Por un lado, tenemos a los transeúntes que van a gran velocidad atropellando a otros, haciendo luces, balizas, con bocinas humanas del estilo "córrase señor la re puta madre que lo parió", y cosas por el estilo. Por otro lado, los peatones que no saben si están paseando por un shopping, si están buscando una prenda de vestir para regalar pero en los locales de celulares; si están paseando a un perro imaginario, o si tienen pañales y están meando mientras caminan, por la lentitud. Todo esto implica un choque de ideologías camineras respecto a una velocidad estándar en las veredas, por ende, el resultado es la gente que se cansa de esto y se desliga del inconveniente, convirtiéndo una parte de la avenida en paso peatonal, sin temer por los apreciables colectivos que son tan tenaces en el tema de pasar lo más cerca posible de lo que sea; otros vehiculos, gente, veredas, puestos de diarios, hombres con el diario, mujeres con el diario, hermafroditas con el diario, monopatines y monos salvajes escapados del zoológico, pero sin patines. Con rollers.

jueves, 5 de junio de 2008

Rais of de mayins - Parte I (léase también como Rise of the machines)


"Nunca nos fuimos, pero ahora volvimos" diría un viejo conocido, al cual de paso homenajeamos (sin tirarnos desde un quinto piso, pero sí probablemente tomándonos un vino tinto en cartón que esté bien tibio). La disputa, esta vez, pasa por la eterna batalla entre el hombre y las máquinas, entre el humano y las tecnologías; entre el ser racional y el ser aparato (aunque esto pueda traer algunas confusiones). Sin caer en prólogos contextuales acerca de la revolución industrial o de cómo carajo llegamos desde el telégrafo hasta el microchip; se propone una serie de recomendaciones, sugerencias, consejos, acerca del uso eufórico, irracional de la tecnología cuando ésta se rebela ante la autoridad humana, ante el homo erectus.

Esos momentos en los cuales ella pretende una autonomía fría y lógica ante la locura momentánea del sujeto portador del aparato. Estos son consejos para esos actos calificados como episodios de emoción violenta, ante el cual, debe justificarse la garantía del producto cuando lo llevamos al service técnico. Veamos un ejemplo de esto: llegás a tu casa estresado por el trabajo, cuando decidís sentarte y tomarte un rato de ocio para ver el partido entre River y San Lorenzo por la Copa Libertadores, o ver la colección de dvd con todas las temporadas del Chapulín colorado. ¿Qué es lo que pasa? La tele no anda. Es el tubo, el transistor, el termostáto, el láser, la conexión pirata de cable, la conexión pirata de internet, la conexión pirata del teléfono, la conexión pirata del microondas, vaya a saber dios qué mierda es lo que no anda. Luego de vanos intentos de arreglarla con leves golpecitos de palma en sus laterales, llega el golpe fulminante que permite a la tele caer al piso como un meteorito que acaba de atravesar la capa de ozono y va desintegrándose (con la excepción que la tele se desintegró en el piso indefectiblemente y sin escalas). En tal episodio de emoción violenta, le advertís al técnico que no recordás lo que sucedió. ¿Acaso no estaría justificado en la garantía un episodio de emoción violenta? ¿Por qué no? Si los aparatos tienen la capacidad de sacar de quicio a uno, tanto como cualquier ser humano insoportable, e incluso más aún.

Porque sabemos que uno no puede caer preso por arrojar una impresora por la ventana, salvo que ocurra la casualidad que esa impresora caiga sobre la cabeza de un vecino que no hace otra cosa que romper las pelotas con la cortadora de césped los domingos a la mañana cuando vos querés descansar por la resaca del sábado a la noche. A continuación, tres sugerencias para uno de los aparatos masivos tan molesto como necesario para la contradicción entre ser devorado por el sistema, devorarse el sistema y atragantarse con el sistema:


- Los celulares suelen quedarse sin señal en los momentos en que más se lo necesita, por más que se lo requiera para alguna pelotudez (aunque lo que más nos importe en determinado momento sea esa pelotudez). En tal caso, se propone localizar alguna antena o repetidora cerca de donde estemos. No te preocupes, siempre hay una cerca, ya sea en un edificio o en un médano en Las Toninas. Luego de localizarla, sostenemos el celular con firmeza, lo apuntamos hacia la antena y a continuación pronunciamos la siguiente frase: "Hijo de una gran puta, la re contra concha de tu re contra madre no me vas a andar ahora?!! Tomaaa!!!". Y lo arrojamos en calidad de lanzador de discos (claro, dando la vueltita y todo, como en los deportes olímpicos) directo hacia la repetidora. Mientras va volando por el aire le gritamos de nuevo: "¡Tomá forroo! ¿No tenías señal? ¿Eh? ¡¡Ahora fumátela toda!!" (aclaramos que los insultos pueden ser modificados por otros similares. Pero nunca olvidemos que el celular debe sentir que está siendo insultado). Luego de esto, procedemos tranquilamente con nuestra vida, como si nada hubiera ocurrido, porque seguramente no tenemos un brazo biónico y el celular no llegará a su destino, sino que se estrellará en el parabrisas de un patrullero que siempre aparece cuando uno canaliza las represiones. Pero imaginémos que sí se estrelló contra la antena y podemos continuar felices con nuestra vida.


- Suele ocurrir también una incompatibilidad entre el usuario y la interfaz del celular. Quizás por deficiencias del aparato, quizás por desconocimiento del propietario o, probablemente, por la poca paciencia del usuario ante unos dedos que van en contramano de las indicaciones que debería mandar el cráneo. En este caso, aconsejamos simplemente dejar caer el aparato sutilmente de las manos, que se escurra de entre ellas. Esto, obviamente, si uno se encuentra unos mil metros mínimo por encima del nivel del mar. Si esto no es así, entonces nos subimos a un puente o a un edificio y lo dejamos caer. Es muy importante para la satisfacción y el placer de la destrucción, ver el preciso momento en el que se desintegra el celular en su choque contra el piso. El ruido del golpe también ayuda, nos ayuda a conciliar el sueño.


- Algo muy común que suele suceder, es que el celular no nos permita enviar mensajes de texto, con sus clásicos hits como: "Mensaje de texo no enviado", "Imposible de enviar mensaje", "No tengo ganas de mandar un mensaje", "Chupame el chip forro, no te mando mensaje una poronga", y etc. La opción que se les brinda a usuarios que poseen celulares con tapa es algo muy simple: sencillamente, en lugar de cerrar la tapa en el modo que es debido, lo cerramos al revés. Claro, hasta que se escuche el dulce sonido que empalaga nuestros oídos con la melodía conocida como "clack". El sonido de quiebre es indescriptiblemente placentero para el control de nuestra ira. Y si luego nos preguntan, simplemente respondemos: "No, pasa que lo cerré al revés de como dice el manual. ¡Pero nada más!". Siempre es muy importante justificarse empezando con el "No" y terminando con el "Pero nada más", como si lo que hubiéramos hecho podía haber implicado que el acto de violencia siguiera indefinidamente sin límites. La recomendación para los propietarios de celulares sin tapa, es la misma: pretendan que el celular tiene tapa y hagan fuerza para cerrar esa tapa. De este modo, al aparato no le quedará otra salida que romper su horizontalidad para convertirse en un celular que "quería ser con tapa, pero sus creadores decidieron otro destino para él". Luego de ello, vamos al service técnico con nuestras dos partes de celular para reclamar por la garantía del aparato. Repetimos que debe justificarse como episodio de "emoción violenta".