Atesoren estos momentos, pues serán los últimos. Y aquí no intentaremos disfrazarnos de testigos de jehová para tocar el timbre mientras el dueño de casa está mojando la vainilla en un mate cocido frío escuchando cómo una adolescente realiza una masacre en la transposición de un clásico de rock en una agonizante balada pop para la algarabía del griterío popular moderno; todo en un programa semanal donde la vida de los demás es más importante que la propia. Pero vean las huellas de la violencia, están aquí y siempre lo han estado, sólo que han mutado su soporte, su medio. Esta violencia es invasiva, porque ha penetrado toda la esfera de privacidad del ser humano, siendo éste mismo consciente de ello y con el placer que le ha otorgado dejarse penetrar. Voluntariamente hemos entregado nuestro campo de acciones y toda nuestra vida a la red global, no podríamos quejarnos ya que es funcional a nuestra época, nos ayuda a involucrarnos en el contexto correspondiente porque, de modo contrario, tendríamos que instalarnos una casa en un árbol a doscientos kilómetros del centro urbano más cercano para alimentarnos de la naturaleza y morir rápidamente devorados por un felino salvaje por no estar acostumbrados a otro modo de vida que el que hemos heredado. Seamos honestos también, esa información compartida ya no pertenece a nosotros, pertenece a la red, y la ley ha sido avasallada por los cambios drásticos en la era digital, atropellada y tratando de levantarse del piso para entender qué es lo que está sucediendo. Al estar comunicando esto, impregnado en la paradoja de pertenecer a la red, es mi deber anunciar que los cabernícolas digitales están en todos lados. Uno añora los tiempos en que los cabernícolas resolvían las cosas de manera mucho más simples, veamos un extracto de un audio recuperado por el museo de González Catán en formato de piedra vinilo del año 14893 A.C., febrero aproximadamente.
Zabú: ¡Ambucu rraca! Umumba? Umumba caca?
Traducción: Querida, dónde está mi palo para azotarte?
Calá: Reco reco memo caco aaaaaa roca roca! (Aparentemente le dice que está en una piedra afuera de la caverna, difícil traducirlo)
Zabú: Ambucu rraca! Jarramba zapetoo jeropa!
Traducción: Querida, sacate la rata de la boca para comer que no te entiendo.
Mambrú: Prapapo! prapapo! Ama terro ta ta ta!
Traducción: Papá! Me duele la muela!
Zabú: Cagamo, Umumba roca rom poojete.
Traducción: Cagaste Hijo, voy a buscar mi palo, tuviste una buena vida, la mayoría no llega a vivir hasta los 11 años de edad.
(Audio recuperado de los restos históricos de un almacén que vendía galletas en cajas de lata en San Antonio de Padua. Traducido por Mefistófeles Onasis)
A medida que la evolución nos acompañó en nuestro crecimiento, nuestra forma de pensar se volvió más compleja. Cosas simples como cuidar al otro, quererlo, sentir su ausencia, decirle algo sin dar siete mil quinientas vueltas por las posibles consecuencias a nuestro ego, todas ellas fueron perdiendo un lugar, pues otras han aparecido: el pensamiento visceral, la conspiración, el orgullo, lo que piensan los demás, obrar según lo que piensan los demás, la traición, las mentiras, la causa de las mentiras. ¿Cúales son las causas de una mentira? si no es más que cuidar nuestro ego, en cualquier ámbito que sea. Atesoren estos momentos, pues la "mano invisible" de cada uno ahora lleva en su poder la información, y cómo comunicarla o tergiversarla es dónde radica su poder y el de los sistemas modernos (económicos, políticos, etc.). Violencia ahora es el uso de la información, porque sólo con unas mentiras en público podemos levantar a un pueblo en armas o sedarlo hasta exponer sus miserias y estrujarlo como una esponja vieja, confundiéndolo con promesas de champús y acondicionadores nuevos. Poder es comunicación, desmantelar el poder es brindar alternatividad de voces, dejar de escuchar al otro es negar que existe comunicación, cerrar los canales. La voz de un pueblo no se escucha con tanto ruido, sobre todo porque nadie tiene el poder para representar a un pueblo, sin saber lo que es el pueblo. Nos seguimos otorgando demasiado libre albedrío en el uso de muchas palabras y permitiendo que otros lo hagan, sin saber el peso y el poder que cada una de estas lleva, y arrastra consigo históricamente.