martes, 16 de marzo de 2010

Maniobras persuasivas

Vivimos en un gran juego de batallas. Y ya nos hemos distraído tanto en las victorias y las derrotas que perdimos de vista el juego en sí mismo. Y no estoy hablando de triunfos como: ganar un premio, reventar un casino, dar una vuelta olímpica, dar una triple mortal sin romperse la cervical, hallar un tesoro, hallar un cadáver de velociraptor en pleno coito con un hervíboro sadomasoquista, componer una canción relativamente mediocre o encontrar la media naranja (el mito de la modernidad en el cual somos compatibles con otra persona relegando nuestras verdaderos fetiches y tabúes para asimilarlos en una relación pseudo-matrimonial con resquicios de autocensura). Lo mismo va para la derrota; no hay que apuntar a los grandes fracasos que nos decoran la vida de lágrimas. Las lágrimas ya son una deshidratación, por ende una pérdida de líquidos. Otra batalla perdida. La locura está en los detalles, y es allí dónde verdaderamente perdemos la coherencia y la lógica de nuestros enunciados. El talento para complicar nuestra existencia es propia del raciocinio moderno, hay tantos detalles para abrumar nuestra cordura, que le damos la suficiente importancia como para que verdaderamente conviertan una calesita de ideas en un Chernobyl de diversiones autodestructivas. Pero no basta sólo eso, tenemos que ser tan incoloros de presencia temporal que también debemos contagiar esto en el resto de la humanidad. ¿Cómo se realiza esto? Fácilmente: mentiras, supuestos, engaños, suposiciones y amagues (todo aquello que también es condimento en la dialéctica del fútbol).
Voy a pasar a definir tres de estas tácticas:

·Mentira: su uso es frecuente en la sociedad. Se utiliza tanto en el ámbito doméstico, como en el laboral o social. Existe en su plenitud salvadora, casi sin consecuencias, como por ejemplo: "¡Pero si te queda bien!", "Está riquisimo, pero no tengo hambre", "Ya estaba así cuando llegué ", "Noo, justo este finde no puedo.. se casa mi.. consuegra". Convenciones sociales aceptadas para evitar herir a la gente. Oscila entre el filo de la verdad y la mentira, pero lo suficiente como para hacernos dudar. Surgen de la improvisación, ya que no requiere un tiempo de estrategia y demanda una respuesta inmediata. Por otro lado, tenemos la mentira planeada, aquella que sabemos o intuimos las consecuencias. Existen la mentira planeada en escasos segundos (esta es aquella en la cual nos tomamos un momento para plantearnos internamente la mejor respuesta, habitualmente desplegada con un "¿que? no te escuché" estratégico que nos otorga unos formidables segundos para no meter la pata. Y existe la mentira planeada con tiempo, aquella que involucra otros personajes, a veces incluye cómplices y es un engranaje complejo de mentiras por doquier que conforma una red impactante de detalles innecesarios en la búsqueda de la verdad desorientada de ser verdad por el hecho de permanecer fundamentada en cada rincón.

Supuestos: son los enemigos del presente. Conforman un efecto dominó que altera y provoca caos tanto en nuestro interior, como en nuestro alrededor. Un mal comienzo de un supuesto, puede terminar desde una pelea callejera por un entredicho mal interpretado, hasta una conspiración gubernamental por una influencia estadística basada en un supuesto inconmensurable, derivando en guerra civil, nacionalismo ascendente, revolución o manifestación hermafrodita en pro del aborto.

Amague:  no requiere ningún tipo de esfuerzo del provocador. En la mentira, uno establece una mínima labor para que las cosas funcionen bien, o del modo en que venían funcionando, es decir: muestra preocupación. Esta táctica es la indiferencia, la evasión; si alguien aplica esta técnica contra uno, es porque no entra en el conjunto de sus pares de preocupación, no establece la suficiente confianza o está entreverado entre la mentira y una verdad peligrosa. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Dulce mentira o Cruel verdad? Creo que ante cada pregunta que requiera una respuesta aplicada, deberíamos tener esta opción: todos queremos la cruda verdad pero nunca queremos escucharla. Todos pedimos por la verdad, pero no estamos preparados para aceptarla. Entonces la mejor respuesta es: queremos la cruda verdad disfrazada de dulce mentira; de este modo el mundo sigue siendo nuestra propia verdad y no la imperante madrugada de una verdad inesperada. Es hora de dejar el rivotril y amagarle a la técnica del amague.

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