s de magnitud bíblica, volvemos al berrinche como explicación más exacta de un brote con límites definidos, pero que nunca deja de ser un papelón. Ahora bien, debemos conocer estos límites, saber cuándo comienza el berrinche y cuándo termina para transformarse en una revolución cíclica de ira retroalimentada, alimento para el conglomerado de carniceria de los abogados. Perdón, de los contadores. Perdón, de los psiquiatras. Perdón, de los abogados. No, perdón, estaba bien el anterior. A continuación, los límites aceptados convencionalmente y sus topes con la tolerancia:· Podemos patalear. Pero no podemos insertarle una patada en la ingle al gerente del banco.
· Podemos gritar, balbuceando insultos por doquier. Pero no podemos emitir blasfemias, sobre todo si aún vivimos en el período de la inquisición o en un casa con integrantes del Opus Dei.
· Podemos estrellar objetos. Pero no podemos arrepentirnos luego de su destrucción. Su onda expansiva puede afectar a terceros que rápidamente aprovecharían la vulnerabilidad y el sentido de cordura propio para revolearnos sus objetos. Tampoco podemos estrellar objetos ajenos, exceptuando los celulares con la ganancia de sonido a punto de rebalsar que pueden hacer nuestro viaje en el transporte algo tedioso (Se recomienda llevar unos auriculares con formas de boleadoras. O, si es mejor, directamente unas boleadoras, es para enseñar la forma y figura correspondiente).
· Podemos tratar a las madres de todos como prostitutas, pero aparentemente no podemos tratarlas directamente como prostitutas. Es la máxima paradoja del berrinche.
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