En solidaridad con los desbarrancos diagnosticados como brotes clasistas con una escala de magnitud determinada, desde aquí se intenta rescatar a la pérdida del control infantil devenida en un crucigrama de especificidades técnicas que a nadie le interesa recordar; a lo sumo hacerse el interesado en saber, y luego empujar el colchón de cera de información nuevo a través del tímpano para no colapsar el disco interno (quiero dejar asentado que la selección de información no es inocente: "Escuché atentamente cada palabra que salía de tu boca, pero tu incapacidad de darle forma y sintaxis, simplemente me dispersaron hacia otros temas más interesantes, como aquel perro que intenta morderse la cola, o aquella disputa en la cola del banco, o el tipo que intenta mirar por encima del hombro a una nalga de circunferencias prominentes sin que su pareja lo note, o hacia aquel sujeto que intenta morder la cola del perro.. o de la muchacha"; lo cual conlleva a un rápido deterioro del almacén , tersgiversando la información en la transposición o en el recuerdo cercano). Finalizado el paréntesis de magnitud bíblica, volvemos al berrinche como explicación más exacta de un brote con límites definidos, pero que nunca deja de ser un papelón. Ahora bien, debemos conocer estos límites, saber cuándo comienza el berrinche y cuándo termina para transformarse en una revolución cíclica de ira retroalimentada, alimento para el conglomerado de carniceria de los abogados. Perdón, de los contadores. Perdón, de los psiquiatras. Perdón, de los abogados. No, perdón, estaba bien el anterior. A continuación, los límites aceptados convencionalmente y sus topes con la tolerancia:
· Podemos patalear. Pero no podemos insertarle una patada en la ingle al gerente del banco.
· Podemos gritar, balbuceando insultos por doquier. Pero no podemos emitir blasfemias, sobre todo si aún vivimos en el período de la inquisición o en un casa con integrantes del Opus Dei.
· Podemos estrellar objetos. Pero no podemos arrepentirnos luego de su destrucción. Su onda expansiva puede afectar a terceros que rápidamente aprovecharían la vulnerabilidad y el sentido de cordura propio para revolearnos sus objetos. Tampoco podemos estrellar objetos ajenos, exceptuando los celulares con la ganancia de sonido a punto de rebalsar que pueden hacer nuestro viaje en el transporte algo tedioso (Se recomienda llevar unos auriculares con formas de boleadoras. O, si es mejor, directamente unas boleadoras, es para enseñar la forma y figura correspondiente).
· Podemos tratar a las madres de todos como prostitutas, pero aparentemente no podemos tratarlas directamente como prostitutas. Es la máxima paradoja del berrinche.
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