martes, 22 de febrero de 2011

Neo Síndrome de Diógenes

El papel deteriorado y el sacapuntas quemado. La entrada agrietada y el juguete de primaria. La lata abollada y la remera descolorida. Todas porquerías que aún se conservan, debido a que en determinado momento obtuvieron el consenso suficiente entre los monigotes bajo estupefacientes júbilos de nuestra cabeza, que aceptaron darle una identidad concreta para transformar un poco de basura en un pedazo de bosquejo sentimental de nuestra memoria. Y suponemos que esto es algo que nos excede por herencia: un nativo de nuestro genes probablemente coleccionaría un mechón de pelo de su amante en la época del carnaval erótico en las cuevas. O quizás un brazo si la fiesta era muy buena. Pero amar la basura es algo natural. Vivimos en ella constantemente: la regulamos. No nos deshacemos de ella, sino que la incorporamos bajo otras formas: consumimos productos que no necesitamos, coleccionamos objetos que son útiles para ocupar una estantería repleta de otras pelotudeces inútiles, nos juntamos con gente que es una porquería. Y lo más desagradable de convivir en esto, es que nos agrada. Nos relamemos ante la posibilidad de masticar un alimento que ha sido procesado tantas veces que en su génesis podría haber sido excremento de antílope, un delicioso excremento de antílope. Nos refugiamos en objetos condenados a existir con una entidad emotiva que representa un pasado que adorna nuestra mesita de luz o juega a las escondidas en un cajón. Nos encariñamos con el ser humano, por más que nos haya destruido una y otra vez la misma persona con las mismas probabilidades de ceder ante un leve cambio, y así ponerse la mira en el pecho y sonreir. Decir "dispará, total ya me conozco todas las balas. Su espesor, su velocidad, su profundidad...", y aún así volverse a sorprender cuando tocamos el piso. De cualquier manera, el sentido de este escrito no es tocar el piso, sino reconocer la basura. Juguemos al rol de recolector de basura y vayamos por el pasillo que existe entre nuestros hemisferios cerebrales buscando todas esas bolsitas negras llenas de porquerías y nos vamos todos en malón al Ceamse para hacer la fogata y el ritual correspondiente de despedida.

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